—Pareces escuincle, Norberto—. Así me nombra mi madre cuando me comporto como un niño, y nuevamente empieza ese círculo maravilloso de las explicaciones: ¿Sabía, sabia jefecita, que se pensaba que los perros, en la época prehispánica, eran los que ayudaban a los muertos a ir a otros niveles de la existencia? —Si mi’jo, papá nos contaba (mi abuelo) que cuando uno muere, tenemos que llevar un perro para que nos guíe, porque tenemos que cruzar siete ríos, y debemos tomar de su agua—. Pues mire mamita, los Xoloitzcuintles eran los perros preferidos por nuestros antepasados, con ellos jugaban los niños, fueron de los primeros animales que nuestros antepasados mesoamericanos domesticaron, cuando hacía frío, hay muchas crónicas de esto, si se estaba enfermo se ponía al xolo en una parte del cuerpo del enfermo o solo para calentarse, pues tiene una temperatura corporal por encima de la media de los demás caninos, por lo regular son de temperamento agradable y confianzudos, juguetones y traviesos, los españoles se asombraron de verlos. Cuenta un historiador de la época, que un español cambio una res entera por uno de ellos, pues se dice que su carne es bien sabrosa y, por lo general, son de tamaño regular y pequeñito, muchos de ellos quedaron reflejados en el arte de la cerámica mesoamericana.

Y pues sí, soy un escuincle, pues siempre me gusta estar como ellos husmeando, corriendo lleno de alegría, saltando como mi perro loco, hacerle grata compañía a mis seres queridos y dar felicidad a toda la gente que me rodea.

Ganzo
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