Día de muertos: Mixquic

Nuevamente la muerte llega a nuestro país. Una tradición más se acerca. El tiempo de recordar a quienes se adelantaron en el camino está a la vuela de la esquina. Es momento de colocar la ofrenda y de visitar el panteón. En México son muchos los lugares en que se celebra el día de muertos, aunque no todos coinciden en la forma de hacerlo.


En Mixquic, lugar en donde hay mezquites, relata la historia que en la época prehispánica, los muertos eran enterrados en chinampas al lado de sus casas y que ahí, ese mismo día, colocaban sus ofrendas que podría ser agua, ocote en lugar de velas, pescado fresco y sal. En los siguientes cuatro días, tiempo que tomaba la llegada del alma al Mictlán, mundo de los muertos, los deudos llevaban nuevas ofrendas a la tumba. Transcurridos ochenta días y ciento sesenta, los muertos eran nuevamente ofrendados.

El mestizaje dejó en Mixquic la costumbre y tradición de ofrendar a los muertos con algunas transformaciones, al igual que sucedió en otras poblaciones del país. Uno de los elementos que se cambiaron fueros los ídolos por imágenes de santos católicos, y el ocote por la cera. 

La celebración inicia el 30 de octubre, cuando por la noche, para esperar a los niños difuntos, los lugareños colocan una mesa que sirve de altar en el que colocan frutas, velas, flores de cempasúchil, comida, dulces, bebidas y el tradicional pan de muertos, todo, por supuesto, acompañado de una serie de juguetes y figuras de dulce y barro, con los cuales jugaban los niños. La ofrenda se llena del aroma del incienso o goma de copal que se quema en un sahumerio, para relajar a las almas tras su recorrido cansado y largo. En la entrada de la casa en la que se coloca la ofrenda, se tiene dispuesto un faro o la llamada estrella de las ánimas, que guía a los difuntos para que no se pierdan.

En la madrugada del día primero de noviembre, y una vez que los niños han regresado al Mictlán, se coloca la ofrenda para los adultos, la cual contiene bebidas alcohólicas, tabaco, comida con picante. El humo provocado por la quema de incienso o copal invade la casa, las velas y veladoras encendidas y las flores de muerto, llenan de colorido la ofrenda en la que además se ha dispuesto un vaso con agua y un plato con sal, que las ánimas, en su visita, probarán. Las almas de los adultos llegarán por la tarde o noche y se retirarán al día siguiente, fecha en que se termina el culto a los muertos.

Aunado a la tradicional ofrenda, en Mixquic, los niños acostumbran salir en estos días en busca de su calaverita. La tradición tiene su origen en la época prehispánica, cuando un niño macehual, que no tenía nada que ofrendar a sus muertos, salió a las calles en busca de frutas, panes y comida para, finalmente, colocar su ofrenda. A este hecho se le conoció como “calaverear” y hasta nuestros días en esta celebración, encontramos niños solicitando su calaverita, aunque ahora prefieran dinero y usen los disfraces ofrecidos por la mercadotecnia.

El niño, para recibir su calavera en esta comunidad, debe rezar un Ave María y un Padre Nuestro el día primero de noviembre. Para el día dos, quienes salen a calaverear se hacen acompañar de guitarras con el fin de interpretar alguna canción una vez concluido su rezo.

La fiesta termina el tres de noviembre cuando familiares y amigos intercambian todo lo que se colocó en el altar y que, por alguna razón, dejaron los difuntos. El trueque transcurre entre comentarios relacionados con la celebración. Niños, jóvenes y adultos se unen en esta fecha con el único fin de recibir a sus seres queridos, que viajan desde el Mictlán para visitarlos.

Nuevamente se encontrarán vivos y muertos ante un altar, nuevamente los vivos ofrendarán a sus muertos en un incansable recordarlos, se irán, por supuesto, pero que alegría saber, que aunque sea un día, estuvieron se sintió su presencia.

Por: Isabel Specia Cabrera
Fuente: Saber sin fin

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